El ex secretario de comunicación del Govern en época de Artur Mas, Josep Martí Blanch, y el periodista Francesc-Marc Álvaro, que espolearon el proceso, han criticado ahora en dos artículos en La Vanguardia el "teatro" y la "farsa de la desobediencia" de la presidenta del Parlament, Laura Borràs, con el acta de diputado de Pau Juvillà, inhabilitado por no haber descolgado lazos amarillos del edificio de la Paeria de Lleida en período electoral.
Martí Blanch cuestiona el "sobrante de ego de la presidenta del Parlament, Laura Borràs, que confunde algo tan meritorio como ser listo con algo tan aburrible como creerse la más lista". "Ahora que la historia le ha dado la oportunidad de desobedecer que ella tanto ansiaba, resulta que su predisposición a la autoinmolación quedará en nada porque hay que proteger a los funcionarios de cualquier eventualidad. Ha habido que esperar al 2022 para que caiga una de las últimas máscaras", remarca.
El ex alto cargo manifiesta que "ahora ya sabemos que Laura Borràs no es mejor que su antecesor, Roger Torrent" y añade que "el torrismo, con mayor teatralización, también obedece". "Aunque primero se intente la charlotada de suspender la actividad parlamentaria, como si el Parlament fuera un salón de té que uno abre en su casa sólo cuando le conviene", sentencia.
Álvaro, por su parte, critica que "la gesticulación sobreactuada se ha convertido en un modus operandi habitual de muchos de nuestros representantes democráticos" y lamenta que "estamos llegando a cotas insostenibles de gesticulación hiperbólica".
El columnista expone que "la erosión de la credibilidad institucional que produce este teatro simbólico de la desobediencia es altísima y pagamos la factura todos los ciudadanos" porque "si la desobediencia la hacen cargos institucionales, nos encontramos en un callejón sin salida, pero dos motivos".
Álvaro presentando su libro en TV3 "Per què hem guanyat"
Por último, Francesc-Marc Álvaro señala que "nuestros representantes gestionan un espacio de poder que no es suyo, sólo tienen un usufructo temporal y, por tanto, no pueden comprometer sus reglas de juego". "Si se fuerzan las normas, se rompe la cadena de confianza y se produce una implosión del sentido y del prestigio de la institución", concluye.